Lorenzo Silva: «La creación requiere un esfuerzo que debe ser recompensado»

El pasado 26 de abril el escritor Lorenzo Silva recibió el Premio Cedro 2017. Se trata de la primera edición de este galardón, con el que, de forma simbólica, la entidad de gestión reconoce la labor que una persona o institución ha desarrollado en defensa de los derechos de autor. Por su interés reproducimos a continuación el discurso íntegro que Lorenzo Silva pronunció en el acto de entrega del premio, que tuvo lugar en la sede del Instituto Cervantes en Madrid.

Discurso de Lorenzo Silva en el acto de entrega del Premio Cedro 2017:

“Señor ministro, señor director del Instituto Cervantes, señora presidenta de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, señora presidenta de Cedro, querida compañera y amiga, Carmen Riera, distinguidas autoridades, queridos amigos, voy a empezar por los agradecimientos, van a ser un poquito largos pero procuraré que sean ordenados y sintéticos cada uno de ellos.

En primer lugar quiero agradecer a mis compañeros autores y a mis compañeros editores que forman Cedro, que lo nutren con su obra, con su trabajo, con su esfuerzo de cada día y que son los que están detrás de este reconocimiento. Es un gran honor para cualquiera ser reconocido por los suyos, ser reconocido por tus propios compañeros es la mayor distinción o una de las mayores distinciones que puede tener un escritor.

También quiero agradecer a esta casa, al Instituto Cervantes, que nos acoja, que acoja no sólo este acto y esta entrega sino tantas actividades que tienen que ver con la cultura, que tienen que ver con la defensa de nuestro idioma, que tienen que ver con el esfuerzo común de todos por rentabilizar debidamente ese gran patrimonio que ya es nuestro idioma, sin necesidad de que hiciéramos nada por él.

Quiero agradecer también al ministro su presencia en este acto, que implica también una señal de cara al respeto de lo que este acto promueve que son los derechos de autor.

Y refiriéndome a las tres instituciones que representan quiero agradecer también y quiero que vaya este agradecimiento de forma muy especial, tanto a los trabajadores de Cedro, como a los trabajadores del Instituto Cervantes como a los trabajadores del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, con los que tengo relación bastante frecuente por mis actividades como escritor y también no sé si como agitador cultural, intento ser humildemente gestor cultural nada más. Tengo la oportunidad de tener relación con todas esas personas, excelentes profesionales, comprometidas todas ellas con la cultura y sin cuya labor seguramente haríamos mucho menos de lo que somos capaces de hacer.

También quiero agradecerles a todos ustedes su presencia y agradecer en último lugar, me permitirán, a mi familia que está aquí representada, por su apoyo durante toda la vida y durante todos los días y todas las horas, en una labor que está llena de recompensas, que está llena de gratificaciones, pero que también tiene momentos de dificultad y momentos en los que las cosas no fluyen con la facilidad y con la sencillez que uno desearía.

Para tratar de situar mi exposición me van a permitir que haga algo tan sencillo y tan antiguo como contar una historia, que además es mi oficio.

Y quiero contar esta historia para ilustrar que los derechos de autor han estado en peligro y necesitados de protección y defensa incluso desde antes de existir. Creo que uno de los primeros piratas que tenemos noticia documentada es Marco Tulio Cicerón, y ha llovido un poquito desde que vivió Marco Tulio Cicerón.

Este señor a quien todos conocerán, en su época era no sólo un autor, sino un ávido lector. Conservamos una carta de Cicerón a su amigo Ático en la que le comenta la lectura de un libro, de un poeta, que Ático le había prestado.

Hay que apuntar que los libros en Roma no eran estos volúmenes encuadernados que ahora conocemos; los libros en Roma eran papiros, papiros enrollados que se desenrollaban y se leían. Había una industria editorial, una industria que producía esos libros manuscritos en forma de papiro. Esa industria estaba gestionada por los libreros, en Roma por los libreros que vendían luego los libros en el foro romano y esos libreros para fabricar los libros manuscritos en papiros se servían de unos personajes que eran los librarii. Los librarii eran las personas que hacían físicamente los libros, los copistas que escribían sobre esos papiros los textos.

Algunos de ellos eran hombres libres y cobraban un sueldo, muchos de ellos eran esclavos y no cobraban un sueldo pero había que mantenerlos, había que darles de comer, había que darles techo, en definitiva el librero romano tenía unos costes de producción, como diríamos ahora, y esos costes de producción intentaba recuperarlos en el mercado.

Viene a cuento la anécdota de Cicerón porque lo que le dice Cicerón a su amigo Ático en esa carta es, y cito de memoria, “he leído el libro que me prestaste, el autor es algo descuidado y no muy buen poeta pero no es del todo inútil, he mandado que me lo copien y te lo devolveré”.

Cicerón no tenía un pendrive ni cosas de estas, Cicerón tenía esclavos que le podían copiar rápidamente el libro antes de devolvérselo a su amigo.

Como Cicerón, que era un hombre rico, es algo que también hay que poner encima de la mesa, no compraba los libros sino que pirateaba los libros que le dejaban los amigos, el resultado es que los libreros tenían un negocio muy precario, tan precario que prácticamente nunca podían pagar a los autores, los autores se conformaban con la fama, la vanidad, en el caso de Cicerón además que era un hombre rico con eso le sobraba, y digamos que los que no eran ricos como Cicerón se veían abocados a adular a algún poderoso que los mantenía, por eso las obras de la antigüedad comienzan siempre con esas grandes loas a algún prohombre que es el que está permitiendo que ese pobre poeta, que ese pobre filósofo, ese pobre dramaturgo escriba sus cosas y no se muera de hambre.

Estamos hablando de antes de la propiedad intelectual tal y como la entendemos ahora, pero estamos hablando también del derecho de autor y del impacto que tiene no respetarlo y no reconocerlo. El impacto que tiene que los derechos de autor se reconocieran de forma tan precaria en Roma está cuantificado, gracias a un señor que vivió en el siglo V y que se llamaba Estobeo. Estobeo hizo un inventario de las grandes obras de la antigüedad clásica, de las grandes obras de la antigüedad griega y de la antigüedad romana. Un inventario con los dramaturgos, los filósofos, los poetas, llevó a inventariar 1.600 obras, 1.600 obras están en el catálogo de Estobeo.

De esas 1.600 obras sólo nos han llegado 500, las otras 1.100 se perdieron para siempre, salvo que alguna aparezca en alguna excavación o salvo que alguna se recupere de manera realmente muy difícil a estas alturas. Es decir, la precariedad en la que vivía la industria editorial romana, la precariedad en la que vivían los autores romanos, no sólo llevó a que perdieran ellos sus condiciones de vida sino también a que nosotros hayamos perdido buena parte del patrimonio.

Pensemos además de esos 1.100 libros que se llegaron a editar y que se han perdido porque seguramente se editaron en una cantidad demasiado pequeña como para sobrevivir, pensemos en los libros que no se llegaron a publicar porque sus autores no llegaron a encontrar un protector, no llegaron a encontrar un librero que se apiadara de ellos.

Creo que ese es el valor que hay que reivindicar de la propiedad intelectual. Se decía antes que este no es un premio relevante, por no tener dotación económica. Para mí es muy relevante, porque creo de veras en la defensa de los derechos de autor, y porque además a mí siempre me acompaña una frase de Juan Carlos Onetti, ese gran autor en nuestro idioma y hombre profundamente cáustico que decía: “el escritor no desempeña ninguna tarea de importancia social”.

Bueno, pues con este premio me estáis dando una oportunidad de desempeñar una pequeña tarea, de una mínima importancia social, que es mucho más de aquello a lo que aspiraba el día que decidí consagrarme a este oficio.

Decía otra cosa Juan Carlos Onetti en otro de sus pensamientos, cuando hablaba del trabajo del escritor: que el escritor necesitaba una cierta paz como todo el mundo, pero que en el escritor era especialmente importante que pudiera sustraerse a la angustia y en este caso a la angustia de la supervivencia, porque, decía Juan Carlos Onetti, “cuando el escritor está angustiado sólo tiene dos salidas, o romper la pluma y dejar de escribir o caer en el panfleto”.

Como yo no quiero romper mi pluma ni dejar de escribir, como me tengo prohibido caer en el panfleto y como además no quiero que los autores españoles de talento rompan su pluma ni caigan en el panfleto, insisto en algo que he dicho muchas veces y que también ha ponderado la presidenta de Cedro o ha señalado porque de verdad que es mi ánimo en esta no sé si llamarle cruzada, lucha o duelo con la realidad de mi país.

Yo no pido para mí, yo afortunadamente me gano la vida con la literatura desde hace bastantes años, y me la gano razonablemente, puedo atender mis necesidades que no son muchas y las de mi familia. Si eso fallara soy licenciado en Derecho, abogado del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, ejercí la profesión y la volvería a ejercer, no me voy a morir de hambre, pero he visto a mucha gente morirse de hambre a mi alrededor y he visto a mucha gente empezar a morirse de hambre después de haberse ganado la vida razonablemente con su talento y con su esfuerzo.

Esto ha pasado en la España contemporánea en los últimos siete años, y me parece una de las cosas más tristes que han sucedido, me parece que tenemos que reflexionar como sociedad en tanto que hemos permitido esto, en tanto que hemos permitido que se piense que la cultura y la creación, me da igual de qué tipo, no tiene valor.

Decía Filóstrato, el autor de “La vida de los sofistas”, al hablar de Protágoras que Protágoras había sido muy criticado porque fue el que inició la enseñanza remunerada de la filosofía, parecía que eso era una especie de blasfemia, que el saber tenía que compartirse de manera absolutamente altruista.

Y decía Filóstrato que él no lo veía censurable, que él se daba cuenta de que aquello que pretendemos con gasto lo apreciamos más que lo gratuito.

Y naturalmente la creación, la cultura requiere un esfuerzo y ese esfuerzo requiere ser recompensado. Yo procuro no ser un ciudadano insensible a la realidad de mi país, soy consciente de que en mi país hay muchas personas que no pueden no sólo acceder a la cultura sino a muchas cosas básicas, hay muchas personas que no pueden pagar el recibo de la luz para no pasar frío en invierno. Soy consciente de ello y soy sensible a ello.

Y entiendo que puede haber detrás de ciertos hábitos algunas circunstancias que creo que esta sociedad debería atender y creo que deberían atender los poderes públicos. Para estas personas hay algo inventado desde hace mucho tiempo; se llama biblioteca pública, y puede ser digital y podría hacerse con una inversión que creo que está al alcance del Estado español: una gran biblioteca pública digital que todo el mundo conociera y a la que cualquier persona en situación de necesidad pudiera acceder.

Estoy convencido de que todos mis compañeros autores, todos mis compañeros editores darían, daríamos, las máximas facilidades para que nuestro trabajo estuviera legalmente disponible en esa biblioteca pública digital, a disposición de las personas que no pueden acceder a la cultura por barreras económicas, que es algo que jamás me gustaría no sólo consentir sino tener la conciencia de que sucede a mi alrededor.

Yo he sido una persona sin renta que quería acceder a la cultura y fui a la biblioteca pública y me encontré una biblioteca pública que me lo permitió, por tanto apuesto por esa biblioteca pública.

Por lo que no apuesto, y ya me perdonarán, es porque seres oportunistas que son en muchos casos delincuentes, en otros parásitos y en el mejor gente simplemente inerte, recauden y hagan suya la riqueza económica que deriva del patrimonio cultural. Creo que ese es un grave error que estamos cometiendo como sociedad y sí me atrevo a pedirle al ministro cordialmente, con la amabilidad que a él mismo le caracteriza y reiterándole el agradecimiento por venir aquí, que haga lo que esté en su mano para que esta situación que creo que es intolerable no se prolongue ni un día más, o por lo menos ni un año más.

Seamos conscientes de que el grueso del consumo cultural digital en España se hace a través de páginas piratas. La presidenta de Cedro ha hablado de Corea; podemos hablar de Italia, de Portugal, los países de nuestro entorno han aprendido a resolver esto, tienen en marcha mecanismos que controlan que no se produzcan estas conductas que sustraen la riqueza a quien la crea, que derivan la riqueza regular (les aseguro que tanto mi compañera y amiga Carmen Riera como yo mismo, como mi compañera Marta Rivera de la Cruz que también es autora, como todos los compañeros editores que están aquí, pagamos nuestros impuestos, el IRPF, el IVA, las cotizaciones) a aquellos a quienes estamos enriqueciendo con esta conducta y que en muchos casos ni pagan IRPF, ni pagan cotizaciones, ni pagan IVA ni pagarán, incluso aunque paguen impuestos, nunca impuestos en España. No sé cómo estamos haciendo esta apuesta tan torpe como país.

No quiero alargarme más. Observarán que he traído una corbata verde: es un mensaje, no quiero dar una sensación catastrofista, yo estoy animado por la esperanza de que esto cambiará.

Hay una pequeña maldad, porque traigo una corbata verde también para sugerir parte de la solución que creo que podríamos aplicar al problema. Si hoy han visto el Telediario, la Guardia Civil ha desarticulado una red de delincuentes en internet. En este caso los delincuentes que trafican con pornografía infantil. La Guardia Civil, la tenemos, va de verde, es una herramienta muy eficaz contra la delincuencia informática, y me consta, me lo ha dicho un pajarito, señor ministro, que no tienen los medios suficientes y que necesitarían para combatir la delincuencia informática. Como usted de vez en cuando se ve con el presidente del Gobierno y con su compañero de Interior y demás, si puede interceder para que haya más guardias civiles defendiendo la cultura española eso será muy eficaz. Esta es una de las ideas detrás de mi corbata verde.

La segunda idea es la esperanza, como decía, y la esperanza para mí viene del hecho de que estoy convencido de que este es un país decente, de que este es un Estado de Derecho con sus defectos y carencias como todos los tienen, de que este es un país democrático y que intenta ser justo. Y estoy convencido de que mi país jamás permitirá que suceda aquello que ya denunciaba Walter Benjamin hace muchos años, casi cien, al afirmar que cuando en una sociedad se permite que se degrade la sensibilidad y la capacidad de conocimiento de la gente eso es una herramienta para el mantenimiento de un poder ilegítimo. Como sé que estoy en un país donde el poder es legítimo estoy convencido de que no permitirá que eso suceda. Muchas gracias”.